El fuego viene a mí, me
posee, hace vibrar cada músculo insensato y desobediente de mi cuerpo.
Descontrola mi viveza y astucia para convertirme temporalmente en doncella que
suspira desde la ventana de un torreón inventado para la ocasión.
El fuego viene a mí, y presiento
que tú, necesitas que la vida gire, cambie, se transforme, te absorba y te deje
fluir a tu antojo…
Difícil traducir esos
pensamientos que rondan mi mente.
No eres como todos y nadie
es como tú…
Es la versión que podría
resumir esa gran nimiedad que me atrapa en ti.
Cuando los pensamientos
invaden la razón de uno mismo, se convierten en instantes inolvidables, en
momentos irrepetibles…
Y de pronto te haces promesas, y sueñas libre, y el poder
desbordante de la imaginación te hace sucumbir en la idealización…
Y te enamoras con la
fragilidad de las mariposas, creyendo en la magia de una mirada, vistiéndote
con sonrisas de Julieta algo apolilladas, que guardas en tu fondo de armario
para una ocasión como ésta…
Te enamoras de las palabras
salientes de labios ajenos, de la mirada que encajaba en ese único momento, de
un gesto que te engrandece ante el mundo, de un roce inesperado, de un mordisco
en la espalda, de un beso entre una multitud ajena a lo que vives en ese instante.
Te enamoras, si…
Te enamoras… Con la
inocencia adecuada, con el sentimiento más puro, con esa fe tantas veces negada…
Te enamoras, del mismo modo
en que lo harás en otras ocasiones.
Y, de nuevo, te permites no
controlar el sentir que fluye por las rendijas de tu caja de secretos, de la
que sin abrirla del todo, se escapan por las ranuras pequeños rayos que brillan
con destellos de aquella felicidad descubierta por primera vez antaño, y que se
repite cómo un ciclo vicioso y atávico del que no saldrás jamás a lo largo de
tu vida…
La experiencia parece que deja
de ser un grado aprovechable, pues retrocedes a ese estado casi adolescente en
el que nada importa y todo está permitido.
Sonríes con desdén, y con el
paso del tiempo, tus dos coletitas de colegiala a los treinta y tantos se van
aflojando hasta que tu melena se deja envolver con esa brisa a la que
denominamos deseo…
Y decides, por lo pronto,
que la adolescencia está muy bien para un tierno principio en éste cuento de
princesas, pero en el fondo, sabes que tu princesita interior, ahora es una felina
que adora pasear por los tejados todas las noches de sus días y ronronear a ese
gato callejero por el que se dejó imprimar en alguna ocasión…
Te enamoras, si…
Te gusta explorarle,
recorrerle despacio, paso a paso. Aspirar el aroma que su cuerpo emana cuando
está cerca de ti, de tu sexo.
Adoras rozar cada milímetro
de su piel con tu lengua, morder su centro, buscar en sus rincones más
profundos, esa suavidad y ternura que sabes tiene guardadas para ti y éste momento.
Desdices el enamoramiento
cuando saca de ti ese fuego prohibido, y su ausencia te acorrala…
Te vuelves infiel a tus pensamientos,
fiel a su esencia…
El deseo más pronunciado, es
conquistar de su mano todas las fantasías del universo, seguir siendo insaciable,
pervertida, pervertirlo eternamente, traviesa y puta sólo para Él, señora de
ese galán, impulsiva, candente, impaciente por arrebatar todos sus gemidos…
Quieres
todas sus perversiones, alimentar todos sus deseos, compartir esa borrachera
indecente y ofrecerle una realidad a todos sus anhelos.
Quisieras simplemente, ser
capaz de escribir sobre Él, la mejor de tus obras, provocando su delirio para
que sea tu huésped, tu prisionero.
Nadie mejor que tú, sabe que
los mejores versos de la historia están escritos sobre la piel de otro.
Te enamoras, si…
Y, como sabes lo que sabes a
estas alturas de tu vida, eres consciente de que los deseos son como los
sueños, que una vez alcanzados dejan de serlos, y eso nos obliga a buscar otros…
Inventas una nueva teoría
que os beneficie a ambos, y por eso, intentas reconvertirte, y te afanas en
creer que prefieres no tenerle jamás, para que así, siempre te deje con el
anhelo de otro beso, para que al último abrazo le cueste horrores despegarse y en cada despedida suene un “hasta pronto, no me tardes,
te echaré de menos”.
Prefieres no tenerle, y así
en cada nuevo encuentro, poder explotar el exótico misterio de vuestros cuerpos
con vuestros labios, descubriendo cada vez, lunares nuevos y cicatrices
escondidas…
Prefieres no tenerle, y
poder disfrutar de una explosión desbocada e incontrolable, cuando vuestra piel
se fusione en una sola, sobre unas sábanas límpias.
Prefieres no tenerle, porque
simplemente no lo tienes…
Y aún así, mantienes vivo el
deseo, lo conviertes en tu inspiración, en tu eterna fantasía, en el capricho
de tus sentidos.
Te enamoras, si…
No eres como todos, y nadie
es como Tú.