domingo, 28 de abril de 2013

Vértigo...


Algunos te dirán, que el Vértigo, es un estado de ánimo en el que todo va dando vueltas, vueltas y más vueltas. Otros, te lo podrían definir, cómo ese estado de nuestro universo personal, en el que se van creando espirales y círculos viciosos del que a veces resulta imposible salir…
Quizás, muchos no sabrían discernir si se trata de algo bueno o por el contrario supone un mal trago que superar.

Para Ella, el vértigo eran tantas cosas…

Aquella noche, y tras algunas lecturas no demasiado largas, aunque sí nutridas para desafiar al pensamiento, se dispuso a enfrentar todas esas razones por las creía haber sentido, o que le podían provocar ese vértigo…
Frente a esa hoja en blanco, afilaba mentalmente la pluma de su memoria.
Creía estar dispuesta a contarlo todo...
Todo, era demasiado cuándo su centro ahora era tan reciente.
Entonces, empezó a comprender cual era una de las mil definiciones que se podría aplicar a esa palabra. VÉRTIGO…
Las palabras se le amontonaban en los dedos deseando ser plasmadas y una extraña sequedad le invadía constantemente la garganta…
Aquella historia estaba tan viva en su interior, que casi podía escuchar cómo le hablaba, cómo le susurraba al oído, cómo la hacía estremecer de nuevo…
Y sentía vértigo justo en ese instante…
Ella, desconcertada y tratando de ordenar los recuerdos recientes, colocó la primera mirada, la segunda sonrisa y el cuarto beso junto a la goma de borrar.
Al lado de su cuaderno, colocó los sentimientos: primero la emoción por verle, después el cosquilleo al besarle; los nervios, el amor, el deseo, la ilusión y por último esa posible frustración, un error, otro tropiezo, y lo que sentía en ese momento, el miedo a perderlo...
Permaneció varios minutos, quizás horas, no calculó, pues el tiempo, en ese preciso instante ya ni contaba, ni importaba nada…
Permaneció observando aquel tesoro, aquella fortuna que esa historia le dejaba.

Mirándose el cuerpo, encontró sus besos, que dejó justo al lado de los recuerdos.
Se miró los bolsillos de la chaqueta y encontró sus abrazos, que, con mucho cuidado colocó junto a los besos más apasionados.
No olvidó cada una de las capas, que con dificultad y como si de una cebolla se tratara, le fue quitando en poco tiempo, como si la desnudara por dentro.

Se paró… Contempló… Recordó… Quizás revivió…

Aquella noche, o tal vez fuera ya de día, quiso contarle lo que sentía.
Plasmar con palabras todo lo que había colocado cuidadosamente en su escritorio.
Sin embargo, nada más comenzar, se le cayeron las letras de la mano y salpicaron de blanco el papel unas palabras que al fin y al cabo,quizás había decidido no pronunciar asaltada por eso que llamaban vértigo...
Se enfadaba por la incapacidad de expresión que sentía y qué sabía perfectamente era capaz de gritar…
Pero sufría de vértigo… un vértigo lleno de prudencia, aliñado de una supuesta madurez, y con un ensordecedor estruendo interior…
En un arrebato de rabia, volcó la mesa...
Rodaron por el suelo todos aquellos sentimientos, el amor, la ilusión, y… la primera mirada, y la segunda sonrisa, y el cuarto beso se desperdigaron por toda la habitación. 
Ella permaneció allí sentada, sintiendo ese vértigo…
Aún segura de si misma, decidió que debía dar tiempo al tiempo, que la prudencia es un grado y que todo llega cuándo debe llegar…
Se le llenaron los ojos de humedad salada... Odiaba el protocolo, odiaba las formas, odiaba negarse la libertad de gritar que de nuevo estaba sintiendo, odiaba reprimirse por sufrir de vértigo…
Él era su vértigo… 




miércoles, 24 de abril de 2013

Buenos Días Princesa...


Incluso sin haber abierto los ojos, ya estaba sonriendo... Quizás por el anhelo de poder hacerlo realidad...
Supongo que esa, es de ese tipo de frases que a todas nos gustaría escuchar algún día por primera vez y hacerla un hábito saludable en nuestras vidas...y, por eso, decidí, antes de abrir los ojos, concentrarme un poco en cada pequeño detalle de esa calurosa mañana de viernes, para que no pasara inadvertida y poder recordarla siempre cómo se merece. 
El sonido de su voz, ese beso para despertarme, sus brazos acariciando levemente mi piel, el haz de luz que, poco a poco, se colaba por esa ventana sin cortinas, ese movimiento entre sábanas en el que puedes discernir la aproximación inmediata, el aliento recorriendo tu nuca, un suspiro, un espacio en blanco, el silencio, Él, ese instante...
Todo eso quedó bien guardado. Cada detalle incrustado en la memoria...
Entonces, abrí los ojos, y ahí estaba... 
Estaba mirándome, con esa sonrisa que conseguía, si es que eso era posible, que la mía se ampliara aún más. 
Le acaricié el labio inferior con la yema de los dedos, y mi beso de buenos días no pudo ocultar lo feliz que era en ese momento. Esa era la primera de tres mañanas juntos pero, sin duda, nunca dejaría de ser especial.

Es curioso cómo, cuando ya habías dejado de creer en los momentos perfectos, éstos consiguen, en apenas cuestión de semanas, materializarse en tu vida y todos a partir de una única persona. 
Es bonito ver, cómo se ha convertido en el comienzo de esa clase de días que, por muy monótonos que parezcan al principio, siempre acabarán por sorprenderte, porque él nunca deja de hacerlo... 
Y, ¿lo mejor? Sin duda, el hueco que se ha ganado en tu vida, en cada mínimo detalle de ella, en el que nunca va a dejar de estar presente.
Tanto lugares, cómo objetos, cómo sonrisas perdidas por calles escondidas, o cosquillas en la cama. 
Todo eso queda guardado, y tú no dejas de vivirlo con la mayor de las sonrisas y una esperanza que nadie consigue desplazar.
Y ¿por qué?... Porque sabes que Él ha conseguido lo que pocos antes habían logrado: Enamorarte...