viernes, 22 de enero de 2016

Extraños

Se me acaban los días cómo se te puede acabar cualquier cosa. 
Y ya nada vuelve a ser como antes. 
Tú y yo, ya no suena a nosotros… 
Por separado, nos convertimos de nuevo en extraños, sólo que esta vez, extraños que, durante un tiempo, se conocieron o se accidentaron muy bien. 
Nos miramos a los ojos y, llega ese momento en el que, aunque sonreímos, poco parece quedar detrás de la sonrisa. 
Quizás, nos volvemos ausentes. De repente tan consumidos, tan perdidos… 
Quizás, con tantas ganas de que alguien nos encuentre de nuevo para revivir lo que parece que ya no calienta… 
Hacia adentro, grito que te buscaré todas las noches. Suelo tararearte cuando estoy a solas, y seguiré susurrándote canciones al oído, aún habiendo perdido. Porque al parecer, ya lo habíamos perdido todo. 
Todo, que se dice pronto, y rápido, casi tan rápido como pierden sus hojas los árboles cuándo llega el frío. 
Casi tanto, como se te puede escapar cualquier taxi por la gran ciudad cuando tienes prisa. 
No importa mucho a quién le importe, que siga perdida en este no saber qué hacer: 
si olvidarte o agrietarme un poco más, con la nímia y efímera esperanza de que termines volviendo. 
La misma esperanza de haber imaginado que te quedaras, que no quisieras irte… 
Que odiaras salir de mi vida cómo quien odia salir de la ducha cuando hace demasiado frío. 
Sólo era eso. 
Siempre se nos empaña la mirada sin que luego venga nadie a secarnos la tristeza. 
Y yo, que me recorrería todos los kilómetros del mundo descalza, sólo para que te des cuenta de que la distancia no nos hace olvidar, sino recordar, recordarnos, recordarte más fuerte. 
No siempre he sido la princesa triste en la que parezco haberme convertido.
Quizás no soy lo que era, habrá que darle la razón a algunos… 
No todas las noches esperaba a alguien. 
Antes no me daba tanto frío estar sola. 
Pero cierto es, que llego a querer, cómo quien cree que la respuesta está en las camas que se comparten cuando se deshacen, cómo quien todavía cree, en esos largos insomnios con alguien a quien acariciarle la espalda… 
Cómo quien cree que no deben existir, que deberían estar penados por alguna ley absurda, los amaneceres en soledad de las personas. 
Memento vívere…
Y recuerdo cuando tus ojos me decían que cuidado, que eras un acantilado, y que yo, tenía siempre tendencia a resbalar. 
Algunos seres, seguimos enamorándonos de heridas con la sonrisa muy bonita. 
Ese es el problema. 
Y seguramente, también se quieren esos que jamás están juntos para evitar tener que verse irse algún día. 
Así sea la manera más triste de demostrarlo. 
Seguiré aquí, sin saber muy bien cómo curar algunas heridas, intentando no tararear las canciones tristes y queriendo despedirme sin que me entren las ganas de tener que inundarme luego. 
En el fondo tengo la sensación de que siempre vamos a llegar tarde, y de que correremos, justo cuando ya no sirva de nada. 
Que siempre esperaremos cinco minutos más por si, cuando decidimos irnos, llega alguien que nos rescate. 
Creo que si no he comenzado a correr todavía, no es porque no quiera, sino porque ya nadie me sujeta. 
El vacío no es eso que queda cuando alguien se va, sino eso queda y que ya nadie, quien sea, llenará aunque se lo proponga. 
Ojalá, odies el hecho de no atreverte a decirme que vaya, tanto como yo odio, no tener el valor suficiente para pedirte que vengas. 
Hace no sé cuántos insomnios que te esperaba, ahora no sé cuántos me quedarán para no hacerlo.
Las noches sin ti serán precipicios y te prometo que no sé que haré con eso….