miércoles, 6 de febrero de 2013

Sombras... Anhelos... Finalmente deseo...

Otra vez, Martes... Cerca de la una, todo en silencio. 
Han pasado veintiocho días y la inmensa y pálida luna se vuelve a asomar exactamente por el mismo sitio que las otras veces. 
El color azulado de su luz, ilumina su dulce cara: la hipnotiza, la cautiva... aunque parece que su propia tez brilla más que la blanca esfera. 
Ella espera impaciente su llegada, mientras su corazón se debate entre el miedo y el deseo. 
Su estómago empieza a encoger, y algo en él se alborota a medida que siente que ya queda menos para que aparezca. 
Su vello se eriza y sus pupilas se dilatan hasta casi cubrir por completo las cuencas de sus ojos. Está impaciente...

Aún recuerda como fue la primera vez: todo igual que ahora pero con la inocencia de no tener clara la idea de que a partir de aquel momento, sus sentimientos, sus deseos, sus anhelos más profundos, esos que escondía en el fondo de sus entrañas, se tornarían diferentes para no volver a lo que hasta ese día habían sido.
Siempre que pensaba en aquella vez, la cabeza le daba vueltas, y sus recuerdos caían vertiginosamente a lo más profundo de su alma, tan rápido, que le daba vértigo. 

Ella lo espera, como siempre, encogida en su cama, acurrucada, enrollada entre las húmedas y frías sábanas, con el iris de sus ojos clavados en la luna, mientras sostiene la cálida manta hasta cubrir su nariz. 
Se acerca la hora, y un enjambre de abejas interno le obliga a reconocer aquella inquietante y fantasmagórica figura que lentamente asoma por el lateral de la ventana. 
Se acelera... su presión sanguínea aumenta debido a la taquicardia que le produce aquella visita; transcurridos esos intensos segundos, inocentemente se relaja y sus pupilas retroceden como enemigo vencido. 
Poco a poco la ronda, pausadamente acorta la distancia, hasta ponerse tan cerca de ella,  que ya casi no logra diferenciarlo de la oscuridad dónde no llegaba la calmante luz de la luna. 
Cada segundo que pasa su temperatura va aumentando, igual que el resto de las veces que han compartido aquel pequeño universo que es su habitación. 
Pero jamás la ha rozado en aquel lugar, ni una sola vez ella ha sentido contacto alguno sobre su suave, tersa y blanquecina piel. 

No puede discernir... Ella nunca ha sido así, jamás había sentido aquel deseo de poseer lo que no podía ser poseído, lo que no podía ser disfrutado por su condición pecaminosa. Aquello la había cambiado, la había vuelto impaciente y nerviosa... 
Nerviosa e impaciente porque espera que rápidamente pasen otros veintiocho días para volver a experimentar el usufructo de lo que no puede ser deseado, de lo que no debe ser anhelado. 

Cada vez que están juntos, suceden cosas que no pueden explicarse con palabras, que por miedo a estropear la realidad no deben explicarse con palabras. Esa escena es digna de cautela y envoltorio... Esa escena, es la ilusión dentro de una Caja de Pandora.

Como las otras veces… todo acaba demasiado pronto. 

La oscuridad de lo desconocido se retira, sucumbiendo por la ventana. 
Ella se queda en silencio, quizás desolada, puede incluso que decepcionada... pero no, un brillo especial delata esa alegría escondida: porque cada segundo que pasa, falta un segundo menos para volver a la eternidad de ese instante que comparte sin saber con quién... 
Tan sólo le queda aquel dulce aroma que se condensa sin explicación por la superficie de su lecho, entre sus sábanas, aquellas mismas telas por las que se ha retorcido durante un mes hasta que ha vuelto a visitarla. 
Ella, como siempre, lo esperará con impaciencia... 




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